Desnude tu cuerpo pero no tu alma,
y bebí de ti hasta saciarme.
Del río venerable de tu esencia de las lágrimas
sagradas de tus ojos de la fuerza oculta de tu pasión
del eco distante de tu palpitar.
Hasta que tu piel fue un continente
y yo la lluvia que lo fertilizaba.
Fue el principio de la entrega,
tu no hablaste; pero tu abrazo fue fuego
y quemaste mi voluntad y yo abatí mi resistencia.
Rodamos como niños sobre el placer y conseguí
hacerte reir.
Bese tu cuello, la montaña exuberante de tu pecho,
la ensenada suave de tu vientre
y el frondoso valle de tu paraíso.
Hundí mis dedos en el blando mar
de tu carne quieta y abierta
y sentí el desgarro de tu libertad perdida,
escapando entre tus gemidos.
Mi espalda se vencía bajo la fuerza
tus dedos pedían el cenit
con la presión llena de inquietudes
y deseos.
Así fuimos uno.
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