Cayo sobre tu espalda la llama de tu pelo
y quemó la blancura su ondulación de fuego.
Entre los aureos rizos por el amor deshechos
yo vi calientes, húmedos brillar tus ojos negros.
Sin desmayar, erguidos , redondos, duros, tersos
temblaron los montones de nieve de tus pechos.
Y de amor encendida,
estremecido el cuerpo, con amorosa
savia de rosas florecieron.
El clavel de tus labios brindaba
miel de besos y fue mi boca ardiente abeja
de tus pétalos.
De la crujiente seda, que resbalaras al suelo,
emergió su blancura tu contorno supremo.
Y al impulso movido de ardoroso deseo,
se cimbro entre mis brazos
y quedó prisionero.
Me abrasaban tus ojos, me quemaba tu aliento.
Y apagó las palabras el rumor de tus besos.
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